viernes, 11 de abril de 2014

"La hora de la aristocracia" - Héroes y santos fundan la estirpe carolinigia

La esfera y la cruz, insignias del Sacro Imperio que nacería con la coronación de Carlomagno en el 800, símbolo de un orden católico
esfera y cruz con sombra
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El Beato Pipino de Landen, primero de "los Pipinos", Mayordomo de Palacio de Austrasia
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San Arnulfo de Metz, también Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo. Con Pipino de Landen fueron los dos barones más representativos de la aristocracia austrasiana, dos pilares del reino franco y fundadores de la estirpe carolingia

Héroes y santos fundan la estirpe carolingia – “La hora de la aristocracia”
  L
a épica conversión de Clodoveo y sus francos a la Fe católica fue un “tournant de l’histoire”,  un remolino que hizo girar las ruedas de la historia preludiando el amanecer de un mundo nuevo, impregnado de sacralidad y sentido de lo sobrenatural y lo maravilloso (*).
Si los descendientes del gran guerrero hubiesen sido fieles a su misión, podrían haber encarado, con el auxilio de la Providencia, la inmensa tarea a realizar para que ese nuevo mundo pudiese formarse. Otra estirpe sería convocada entonces para:
* hacer avanzar la civilización cristiana sobre la barbarie;
* sostener el Papado contra sus enemigos;
* frenar la ofensiva mundial del Islam;
* constituir un reino que tuviese como ideal la Ciudad de Dios.
        Los merovingios sucesores de Clodoveo, salvo excepciones, fueron tibios; su reino fue profano y absolutista, de corte romano, en lugar de sacral y orgánico, como correspondía a la “Hija primogénita de la Iglesia”.
Un siglo y medio después de esa gesta se manifiesta el creciente deterioro de la dinastía, atribuída en gran medida al desenfreno de los sentidos, “lo que da a la decadencia merovingia su aspecto sórdido” según Henri Pirenne.  
La contracción de la realeza y la fuerza de una aristocracia pujante, representante genuina de la nación, hacen crecer la figura de los “majores domus”, Mayordomos de Palacio provenientes de las familias nobles.   Su misión principal era garantizar que la realeza no desvirtuara los valores e ideales de los católicos francos: “…pues la aristocracia significaba toda la nación, mientras que la realeza encarnaba todo el Estado; una y otra eran elementos esenciales de la sociedad política…”, afirma Kurth. Ocurre que uno de esos dos pilares no estaba respondiendo y, al decir de Camoens, “el débil rey torna débil a la gente fuerte”.
Reino franco II subdivisiones +Clovis511 y +Clotario561 
El reino franco en los tiempos merovingios


La Francia merovingia tenía dos polos principales  heterogéneos, en frecuente conflicto entre sí.
Al norte, el germánico reino de Austrasia, con su estilo de vida rural y feudal,  que abarcaba territorios que hoy son alemanes, belgas o franceses; al sur, el reino galo-romano de Neustria, más urbano y comercial,  más ligado al pasado, donde residían casi siempre los reyes por sentirse más identificados con la región -en cuyas proximidades se encontraban Aquitania y Borgoña. Esta última, situada al S.E. de Neustria,  completaba el conjunto del reino franco.
Pero los vientos estaban cambiando. El norte germánico tomará la delantera y será cuna de la dinastía carolingia, cuyas cepas fundadoras provienen de los dos barones más poderosos de Austrasia. Barones amigos, partícipes de una misma lucha, y ambos santos!
San Arnulfo fue Mayordomo de Palacio de Austrasia y luego Obispo –cambios de estado frecuentes entonces-, en la Diócesis de Metz, una de las capitales merovingias. Presta valiosos servicios en el orden temporal y espiritual hasta poder cumplir su anhelo de recogimiento monástico; su retiro a las soledades de los Vosgos fue visto como una calamidad nacional. Era la expresión de un nuevo tipo humano, típicamente medieval, en que se amalgama el señor feudal, el guerrero, el estadista, el hombre de Iglesia, el contemplativo. Surgía ese “nuevo mundo” que esboza Pirenne, que rompía con el antiguo, como un aguilucho que extiende sus alas y levanta vuelo.
Ansegiesel, hijo de San Arnulfo, se casa con Santa Begga, más tarde abadesa y fundadora de conventos;  fueron los padres del gran Pipino [II] de Heristall, abuelo de Pipino el Breve [III] -el padre de Carlomagno.
El amigo y colega en la Grandeza de Austrasia del santo Obispo de Metz es el primero de los tres Pipinos: San Pipino de Landen [I].   Así lo llama Funck Brentano (a diferencia de otros historiadores que lo llaman “Beato”). Fue notable Mayordomo de Palacio luego de San Arnulfo. Señor y santo, estaba casado con Santa Itta (o Ida);  fueron los padres de la mencionada Santa Begga.
Son esos los orígenes resplandecientes de la familia de Carlomagno en esa Alta Edad Media bárbara y cristiana.
A fines del siglo VII, la estirpe era propietaria de inmensos campos, algo característico de las familias terratenientes austrasianas. La importancia de las funciones que desempeñaron sus miembros a lo largo de generaciones, sobre todo la Mayordomía de Palacio, le daban gran preeminencia, acrecentada por los numerosos seguidores firmes que su buen desempeño le atraía. De más está decir que esos seguidores eran guerreros, hombres libres que tenían un sentido de fidelidad caballeresca, tan distinto del hombre-masa llevado de las narices por los demagogos.
“La familia carolingia  brillaba entre todas por la cantidad de santos [y eclesiásticos] que había producido; nueve Obispos, siete santos, entre ellos el fundador, Pipino de Landen [I]; tres santas, de las cuales  una, Tarsilia, había resucitado un muerto. ‘Sancta gens’ (santa familia), le escribirá en 769 el Papa Esteban III a Carlomagno”. dice Frantz Funck-Brentano, destacado historiador francés, protestante…
“Había dioses en el origen de la familia merovingia, pero hubo santos en la cuna de los carolingios, y, a los ojos de los francos convertidos al Evangelio, la santidad era un título más digno de respeto que un vano recuerdo mitológico”, agrega Godofredo Kurth.
La estirpe vio sucederse a su cabeza una serie de hombres del más alto valor:  Arnulfo de Metz y Pipino de Landen [I], Pipino de Heristall [II], Carlos Martel y Pipino el breve [III]. “Sus victorias retumbantes, una de las cuales salvó la Cristiandad, acrecentaron su carácter ilustre” (Funck-Brentano).
Los dos primeros magnates resistieron con firmeza la tiranía de la legendaria Brunequilda, que de bella princesa visigoda cuyas cualidades admira San Gregorio de Tours, se transformó en una de las reinas más poderosas y malvadas del mundo. Su resistencia fue decisiva para la caída de Brunequilda y la liberación de Austrasia. Terminó sus días terriblemente ajusticiada por Clotario II; en castigo por sus crímenes contra los vástagos reales la hizo morir atada a la cola de un potro!
Nieto de ambos grandes barones,  Pipino de Heristall [II], a la muerte de Dagoberto II, se hizo del poder de Austrasia. Era frecuente que los reyes francos dividieran sus dominios entre sus varios hijos. El rey de Neustria, Tierry, y su resentido Mayordomo, Ebroino, marcharon contra Pipino y lo derrotaron. Pero no se desmoralizó. Rehaciéndose con el apoyo de los temibles leudes austrasianos derrotó definitivamente a sus enemigos en Tertry, lo que tuvo consecuencias.
Pues Ebroino representaba la tendencia exactamente opuesta a la de los Pipinos. Pretendió dominar la aristocracia, a la que no pertenecía, impedir la hereditariedad de cargos de las familias palatinas y promover a gente de baja extracción que, al ser hechura de él, le era incondicional. Era un grave trastorno de las esencias del reino…
“Todo el partido aristocrático forma un bloque contra Ebroino y pone ahora sus esperanzas en Pipino”, dice Pirenne. “…Muchos grandes .., tratados cruelmente por Ebroino, pasaron de Neustria a Austrasia y se refugiaron junto a Pipino”. “Así Austrasia…se convertía en protagonista de la aristocracia”.
Durante veintisiete años Pipino gobernó el reino. No bastándole el título de Mayordomo de Palacio, se hacía llamar Duque de los Francos.
 “Así, la familia surgida de Pipino de Landen y de San Arnulfo se encontraba a la cabeza de la aristocracia austrasiana y, por la misma causa, a la cabeza del Estado” (Funck-B.). Eran “anti-antiguos”, eran el verdadero progreso, encarnaban “la hora de la aristocracia” (Kurth), camino a una realeza ápice.
¿Sería capaz una estirpe de salvar la Cristiandad? Abordaremos el tema en la próxima nota.
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(*) Ver nota anterior en este mismo sitio: Un linaje que brotó de la resistencia contra el Islam y el amor ardiente al Papado
Principales fuentes consultadas:
Godofredo Kurth, “Los orígenes de la civilización occidental”, Emecé Editores, Buenos Aires
Frantz Funck-Brentano, “Les Origines”, L’histoire de France racontée à tous, 10ª ed., Hachette, Paris
Henri Pirenne, “Mahoma y Carlomagno”, Ed. Claridad, Buenos Aires, 2013

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