martes, 24 de diciembre de 2013

Luz, el gran regalo - ¡Feliz Navidad!


Adoración de los Reyes Magos - Zurbarán


A nuestros queridos amigos les deseamos, a los pies del Divino Rey, toda Su ayuda y gracia, por las manos virginales de María Santísima, en esta Santa Navidad y Año de Gracia 2014 que pronto se inicia, cargado de incertidumbres, pero con la esperanza inquebrantable en la Salvación que El nos trae.
Que el Niño Dios, Luz del Mundo, nos conceda fortaleza y fidelidad para defender el ideal perenne de Civilización Cristiana, en este momento de auge de la ofensiva de la Revolución anticristiana.
Que brille en nuestras almas y se concrete cuanto antes la luminosa promesa de Nuestra Señora en Fátima:
“Por fin mi Inmaculado Corazón triunfará”

Aristocracia y Sociedad orgánica

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Invitamos a nuestros lectores a leer esta gran visión del misterio de la Navidad




LUZ, EL GRAN REGALO
Plinio Corrêa de Oliveira
Estaban velando en aquellos contornos unos pastores, haciendo centinela de noche sobre su majada, cuando un ángel del Señor apareció junto a ellos rodeándolos con su resplandor una luz divina, lo cual los llenó de sumo temor. Díjoles entonces el ángel: No temáis, pues vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo. Y es que hoy nos ha nacido en la ciudad de David el Salvador, que es el Cristo, el Señor (San Lucas, II, 8 a 11 ).
Promediaba la noche. Las tinieblas habían llegado al auge de su densidad. En torno de los rebaños todo era interrogación y peligro. Quizás algunos pastores, relajados o vencidos por el cansancio, estuviesen durmiendo. Sin embargo, había otros a quienes el celo y el sentido del deber les impedía el sueño. Vigilaban; y presumiblemente también rezaban, para que Dios apartase los peligros inminentes.
Súbitamente, se les apareció una luz y los envolvió: "la claridad de Dios los envolvió”. Toda la sensación de peligro se deshizo. Y les fue anunciada la Solución para todos los problemas y todos los riesgos de algunos pobres rebaños de un pequeño puñado de pastores.
Mucho más que los problemas y los riesgos que ponen en continuo peligro a todos los intereses terrenos. Sí, les fue anunciada la solución para los problemas y riesgos que afectan lo que los hombres tienen de más noble y más precioso, es decir, el alma. Los problemas y los riesgos que amenazan, no a los bienes de esta vida -que tarde o temprano perecerán- sino a la vida eterna, en la que tanto el éxito como la derrota no tienen fin.

Sin la menor pretensión de hacer lo que se podría llamar una exégesis del Texto Sagrado, no puedo dejar de notar que estos pastores, rebaños y tinieblas hacen recordar la situación del mundo en el día de la primera Navidad.
Numerosas fuentes históricas de aquel tiempo lejano nos dicen que se había apoderado de muchos hombres la sensación de que el mundo había llegado a un fracaso irremediable; una maraña inextricable de problemas fatales les cerraba el camino a cuyo fin habían llegado. Más allá de ese punto, sólo se divisaba el caos y la aniquilación.
Considerando el camino andado desde los primeros días hasta entonces, los hombres podían sentir una comprensible ufanía. Estaban en un auge de cultura, riqueza y poder.
¡Cómo se habían distanciado las grandes naciones del Año I de nuestra era –y, más que todas, el super-Estado Romano-, de las tribus primitivas que deambulaban por la inmensidad del mundo, entregadas a la barbarie y agotadas por factores adversos de todo tipo.
Poco a poco, surgían las naciones. Habían tomado fisonomía propia, engendrado culturas típicas, creado instituciones inteligentes y prácticas, abierto caminos, iniciado la navegación y difundido por todas partes tanto los productos de la tierra como los de la industria naciente.
Por cierto, también había abusos y desórdenes. Pero los hombres no los percibían por entero, pues cada generación sufre de una sorprendente insensibilidad respecto de los males de su tiempo.
Lo crucial de la situación en que se encontraba el Mundo Antiguo no estaba, pues, en que los hombres no tuviesen lo que querían. Consistía en que, “grosso modo”, disponían de aquello que deseaban; pero después de haber obtenido laboriosamente esos instrumentos de felicidad, no sabían qué hacer con ellos. De hecho, todo cuanto habían deseado a lo largo de tanto tiempo y tantos esfuerzos, les dejaba en el alma un terrible vacío. Más aún, no raras veces los atormentaba. Pues el poder y la riqueza de los que no se sabe sacar provecho sirven tan sólo para dar trabajo y producir aflicción.
Así, alrededor de los hombres, todo era tinieblas. Y en esas tinieblas, ¿qué hacían? Lo que hacen los hombres siempre que baja la noche. Unos corren a las orgías, otros se hunden en el sueño. Otros, finalmente –y cuán pocos- hacen como los pastores. Vigilan, al acecho de los enemigos que irrumpen desde la oscuridad para agredir. Se aprestan para darles rudos combates. Rezan con la atención puesta en el cielo oscuro.
Estas son las almas confortadas por la certeza de que el sol brillará por fin, ahuyentará todas las tinieblas, eliminará o hará volver a sus antros a todos los enemigos que la oscuridad oculta e invita al crimen.
En el Mundo Antiguo, entre los millones de hombres aplastados por el peso de la cultura y de la opulencia inútiles, había hombres selectos que advertían toda la densidad de las tinieblas, toda la corrupción de las costumbres, toda la falta de autenticidad del orden, todos los riesgos que rondaban en torno del hombre, y sobre todo el sin sentido a que conducían las civilizaciones basadas en la idolatría.
Estas almas selectas no eran necesariamente personas de una instrucción o de una inteligencia privilegiadas. Porque la lucidez para percibir los grandes horizontes, las grandes crisis y las grandes soluciones viene menos de la penetración de la inteligencia que de la rectitud del alma.
Se daban cuenta de la situación los hombres rectos, para quienes la verdad es la verdad, y el error, error. El bien es bien, y el mal, mal. Son las almas que no pactan con los excesos del tiempo, acobardadas por la risa o por el aislamiento con que el mundo cerca de los desconformes.
Eran almas  de estos quilates, raras y diseminadas un poco por todas partes, entre señores y siervos, ancianos y niños, sabios y analfabetos, que vigilaban por las noches, rezaban, luchaban y esperaban la Salvación.
Esta salvación comenzó a llegar para los pastores fieles. Pero, al ocurrir todo cuanto el Evangelio nos relata, desbordó los exiguos límites de Israel y se presentó como una gran luz para todos los que, en el mundo entero, rechazaban como solución la fuga en la orgía o en el sueño estúpido y perezoso.
Cuando vírgenes, niños, viejos, centuriones, senadores, filósofos, esclavos, viudas y potentados comenzaron a convertirse, cayó sobre ellos la era de las persecuciones. Ninguna violencia, sin embargo, los doblegaba. Y cuando, en la arena, clavaban los ojos serenos y llenos de cristiana altivez en los césares, en las masas estridentes y en las fieras, los Angeles del Cielo cantaban: Gloria a Dios en las alturas, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad.
Ningún oído escuchaba este cántico celestial. La sangre de esos héroes serenos e inquebrantables se transforma así, en simiente de nuevos cristianos.
El viejo mundo, adorador de la carne, del oro y de los ídolos, moría. Un mundo nuevo iba naciendo, basado en la Fe, en la pureza, en la ascesis, en la esperanza del Cielo: Jesucristo, Nuestro Señor, lo resolverá todo.
¿Hay aún hombres de buena voluntad auténticos, que vigilan en las tinieblas, que escrutan el Cielo esperando con inquebrantable certeza la luz que volverá?
-Sí, precisamente como en los tiempos de los pastores, nosotros, los de la TFP, los encontramos por todas partes. En las calles, en las plazas, en los aviones, en los rascacielos, en los sótanos y hasta en los lugares de lujo, donde junto a destellos de tradición, medra y domina la “sapería”(*).
Así, vemos a los que reciben con una sonrisa franca a los jóvenes pregoneros de un ideal que no muere, porque está basado en Jesucristo, Nuestro Señor. Vemos a los que esperan alguna interferencia de Dios en la Historia, que eventualmente pruebe a los hombres para purificarlos, pero que cerrará un ciclo de tinieblas para abrir otra era de luz.
A esos auténticos hombres de buena voluntad, a esos genuinos continuadores de los pastores de Belén, les propongo que entiendan como dirigidos a ellos las palabras del Angel: “¡No temáis, porque vengo a daros una nueva de grandísimo gozo para todo el pueblo!”
Palabras proféticas, que encuentran su eco en la promesa marial de Fátima. Podrá el comunismo(**) difundir sus errores por todas partes. Podrá hacer sufrir a los justos. Pero, por fin –profetizó Nuestra Señora en la Cova da Iría- su “Inmaculado Corazón triunfará”.
Esta es la gran luz que, como precioso regalo de Navidad, deseo para todos los lectores, y más especialmente, para los genuinos hombres de buena voluntad.

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(*) “Sapería”: burgueses, frecuentemente de buena y aún alta posición, que hacen de quinta columna, prestigiando modas y gobiernos de izquierda y todo aquello que contribuya a hundir Occidente y matar los restos de opiniones y costumbres de orden. (N. d.l. R.).
(**) El comunismo, de acuerdo a las enseñanzas del autor, no debe entenderse sólo en su versión staliniana sino también en su versión gramsciana de “revolución cultural”, que promueve, entre otros, el igualitarismo, el aborto, el casamiento entre personas del mismo sexo, el nudismo, el ecologismo…;  y sus versiones “cristianas”, como la Teología de la Liberación, condenada por S.S. Juan Pablo II.

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